El tiempo en la escuela

El tiempo en la escuela

Los vicios del sistema


Qué hacen realmente los alumnos durante las horas de clases y cuánto dedican, en efecto, a aprender

Por Micaela Urdinez  | LA NACION

 
 Alumnos de primaria caminan por los pasillos del Belgrano Day School. Foto: Ricardo Pristupluk

 

Abrir libros de lectura, subrayar manuales, rendir exámenes, dar lecciones orales, descansar en los recreos, charlas con amigos, discutir con el profesor, chatear en clase, copiar ejercicios del pizarrón, adquirir nuevos conocimientos: un día promedio de clase en cualquier escuela del país. Pero, ¿cuánto efectivamente aprenden los alumnos?¿A qué dedican las horas mientras están en la escuela? En un año lectivo en el que desde el Gobierno van a hacer énfasis en la extensión de la jornada escolar, vale la pena preguntare cuáles son los vicios del sistema escolar que hacen que los chicos pierdan gran parte de su valioso tiempo destinado a la educación y a su desarrollo humano.

Porque cada alumno es distinto – tiene diferentes capacidades e inclinaciones, procede de medios y familias dispares – la escuela se enfrenta al enorme desafío de encontrar la manera de que todos aprendan las mismas cosas en un mismo tiempo.

«La escuela va más lento que un caracol o tortuga», espeta un estudiante secundario de una escuela pública en el libro Jóvenes que miran la escuela de Cimientos, haciendo alusión a la repetición de contenidos, actividades y explicaciones pero también porque la continuidad en el tiempo se ve interrumpida por muchos días sin clases producto de la ausencia de los alumnos, de los docentes, de los paros, de los feriados y de problemas edilicios. De hecho, el conflicto salarial docente ya retrasó el inicio de un ciclo lectivo que prometió 190 días de clases, y cuesta creer pueda cumplir con su palabra.

Porque lo primero que necesitan los alumnos para poder aprender es contar con días efectivos de clases (y no que estén condicionados por trasfondos políticos), con una infraestructura básica, con docentes que asistan a clases .  Después se puede poner el foco en si la manera en la que enseñan los docentes es la adecuada y la más eficiente.

 

 Todos los especialistas señalan que es fundamental que los chicos tengan tiempo para descansar y divertirse durante los recreos.

 

 

«El gran fracaso de la educación formal es no poder mantener el interés por aprender que tiene un chico desde su nacimiento. Los traemos al colegio y después no quieren saber nada más con aprender», explica Federico  Johansen, vicedirector general del Belgrano Day School, institución bilingüe de doble turno, que alberga a 1200 alumnos desde jardín a secundaria. Según su vasta experiencia en colegios con diferentes perfiles de alumnos y recursos, se pierde el tiempo en «las infinitas horas libres, en los docentes taxi que aprovechan la hora de clase para corregir lo que tienen de otras escuelas y mandan a los chicos a leer del manual, cuando se toma lección oral a un alumno mientras los demás miran, cuando se les pide que aprendan demasiadas cosas de memoria, cuando tienen que copiar toda la clase del pizarrón. Todavía hay muchos docentes que hoy siguen enseñando así».

El tiempo escolar no es continuo y monótono, como el del reloj. Es un devenir que tiene otras lógicas y sus minutos parecieran poder estirarse para tener más duración o encogerse para seguir sucediéndose sin sentido. Porque en la escuela, el tiempo que interesa es en el que sucede algo, aquel en que el alumno aprende y el profesor enseña. Pero este aprender no tiene que ver sólo con los contenidos pedagógicos, sino también con los hábitos, los valores, sus habilidades relacionales y su autoestima.

«El tiempo  en la escuela es utilizado para distintas actividades y rutinas que conforman la vida de la escuela. Entre estas rutinas podemos nombrar el formar filas, los rituales escolares de entrada y de salida que muchas escuelas llevan a cabo, el destinarle tiempos a temas que surgen no planificados pero relevantes como una charla sobre un acontecimiento que involucra a los alumnos y que vale la pena abordarlo, a los recreos. También se destina tiempo al establecimiento de un clima de clase apto para la enseñanza -tiempo que resta a otros más sustantivos -. Otros se destinan a brindar los servicios de desayunos, comedor o meriendas. Pero, el mayor tiempo de la escuela, se lo lleva el proceso educativo en sentido estricto, el tiempo destinado a enseñar. Este tiempo suele ponderarse entre dos horas y media a tres por día. Es posible que un uso del tiempo más efectivo y climas favorables, incrementen las horas destinadas al proceso educativo», explica Elena Duro, especialista de Unicef Argentina.

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Leonardo es el típico docente taxi que tiene que trabajar en 9 escuelas secundarias públicas EMEM en la Ciudad de Buenos Aires para poder mantener a su familia. Enseña geografía a chicos de clase media y clase baja en barrios como Lugano, La Boca, Agronomía, Villa Pueyrredón, Villa Crespo.  «Esta realidad hace que muchas veces llegue tarde a las escuelas porque me traslado en colectivo o tren. Trato de no faltar mucho, a lo sumo  llego tarde. En el aula los tiempos que quedan libres no se utilizan para ejercitar o practicar. Como docente siento que se le permite demasiado a los alumnos: desde ir con una vestimenta inadecuada como camisetas de fútbol o musculosa, hasta que se les permite replantear al docente por qué se le puso una nota o se está explicando tal o cual tema. Es muy complejo el espectro de cómo está la escuela», señala este docente, convencido de que hace falta poner más límites a los alumnos. «Hoy la sartén lo tienen los padres, más que los profesores. Y nosotros somos fusibles que saltamos ante alguna problemática. Es como una cadena de miedos. La directora tiene miedo de que haya alguna inspección o denuncia de un padre, y entonces no nos respaldan a nosotros como docentes».

Para Leonardo el rendimiento general de los chicos es regular, y señala que muchas veces el contexto social no le permite desplegar todo su potencial en el aula porque hay problemas de conducta o de infraestructura (se corta la luz, no hay tiza o pizarrón, lo cambian de aula). «La lucha contra el celular es una causa perdida. Si bien algunas escuelas te ponen el cartelito de que está prohibido su uso, están todo el tiempo con el celular en la mano y se ofenden si les pedís que lo guarden. Si uno se pone muy exigente, sólo podrían aprobar a 3 alumnos. Uno tiene que ser muy sutil para conseguir que los chicos aprueben porque uno, lamentablemente, tiene que nivelar para abajo. ¿Cómo no vas a intentar encontrarle la vuelta para aprobar al alumno si los padres te patotean?», se pregunta resignado Leonardo.

¿Contra qué dificultades tiene que luchar la escuela para poder enseñar de manera eficiente? Elevado índice de alumnos con sobreedad, repitencia y abandono, ausentismo de alumnos, débil compromiso de los padres en la educación de sus hijos, violencia entre los alumnos, escasa capacitación docente en el uso pedagógico de TIC, falta de aplicaciones de estrategias didácticas innovadoras por parte de los docentes y problemas edilicios, entre otros problemas estructurales.

«Pero además la propia dinámica de la clase tiene sus defectos. Entonces se pierde el tiempo en poner orden y en que los chicos empiecen con la clase del día. En una de las observaciones que hicimos notamos que en una materia, el tiempo efectivo de clases terminaba siendo sólo 10 minutos, mientras el resto se iba en poner orden y los pasos previos a dar el contenido», sostiene Jessica Malegaríe, Directora de Programas de Cimientos.

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 Uno de los beneficios de la jornada extendida es que permite a los alumnos aprovechar más las nuevas tecnologías en el aula y aprender inglés.

 

 

«No se puede hablar de una escuela secundaria porque tenemos tantas diferencias entre escuelas que es muy difícil generalizar y si lo hacés sos injusta. Las escuelas ofrecen cosas muy diferentes aún siendo escuelas del sector público. Tenemos escuelas estatales de excelencia en dónde el tiempo se invierte bien y los pibes están contentos con lo que están aprendiendo y escuelas estatales en las que los chicos están aburridos, el tiempo no se les pasa y aprenden poco. Por eso me parece importante hacer esta diferencia», explica Graciela Krichesky, Directora de investigación de Cimientos y profesora de la Universidad Nacional General Sarmiento.

Una vez hecha esta salvedad, Krichesky afirma que lo que ocurre dentro del aula, salvo excepciones, es que no se utiliza bien el tiempo. «Si la mayor cantidad del tiempo de clase está dedicada a un dictado, no es una clase que favorezca al aprendizaje, sino que sirve para que los pibes estén ocupados, que tengan registro de algo. Entonces la clase no consiste en resolver problemas, participar de debates o dar su opinión. Lo mismo pasa cuando tienen que copiar de un manual o de una fotocopia a su carpeta. Para los docentes  muchas veces es muy difícil estar al frente de este tipo de clases porque son chicos que no tienen el oficio de alumno aprendido porque son los primeros que cursan la secundaria en su familia, no tienen un apoyo familiar que los ayude a pensar qué significa estar dentro de una escuela secundaria, son indisciplinados. Y una forma de control es a través del dictado y la copia, porque esto reduce la indisciplina», sostiene esta especialista, a la vez que destaca la labor de los docentes que trabajan con el debate, con la profundización de un problema, que son pocos, pero que tienen el valor de demostrar que se puede trabajar de otra manera con los chicos.

Porque el rol del docente es fundamental y prioritario a la hora de organizar el tiempo de clases, pero muchas veces no se sienten formados para enfrentar a esta nueva camada de alumnos, con necesidades y demandas que ellos no pueden canalizar.  «Hace años sólo el hecho de ser profesor implicaba en los alumnos el reconocimiento de la autoridad. Hoy el profesor se tiene que ganar esa autoridad. Algunos docentes se la ganan y otros que no. Y es ahí en dónde se generan las situaciones en las que el docente trata de controlar a la clase como sea, no animándose a generar otro tipo de dinámica», dice Krichesky.

Sobre este punto,  Johansen afirma que hoy en día el sistema educativo sigue dependiendo de los recursos humanos y por eso el aprovechamiento del tiempo depende de la calidad y el compromiso de directivos y docentes. «En esto influye también la mística escolar, eso que se transmite año tras año, el orden, las pautas, las reglas de convivencia. Siempre tenés un 30% de profesores que son magníficos y son los que sostienen la educación en la Argentina. Hay colegios  en los que los docentes se toman todas las licencias posibles. Cuando ven los programas de las materias, se dan cuenta de que lo pueden dar en poco tiempo y el resto del año hacer la plancha. La gran parte de los programas están hechos para la media».

Duro también respalda este punto, al decir que el motivo más relevante por el que los alumnos desperdician su tiempo en la escuela es la calidad del profesor. Cuánto los motiva, cómo conduce su clase, qué tipo de clima educativo, colaborativo y de respeto impone en el aula, cuánto posibilita la participación y la escucha, qué valor agregado tiene su metodología para sus alumnos, son para ella algunas de las notas de un buen docente.

Y agrega: «Uno de los aspectos claves para que el clima escolar habilite a un proceso educativo dependerá también del rol que tienen los adultos – padres, madres, maestros y profesores-  sobre la infancia y la adolescencia en términos de liderar con autoridad un proceso de  desarrollo y formación. Es un prerrequisito indispensable para que emerja en las aulas un clima formativo propicio, que retomen la autoridad quienes deben asumirla y que en muchos casos se percibe lábil o inexistente. Autoridad no es autoritarismo, pero desligarse de ese rol es irresponsabilidad y ausencia de compromiso por el papel que cada adulto ocupa en relación a los chicos. El clima institucional y las formas de comunicación y dialogo entre la escuela, entre sus actores y su entorno también son aspectos que favorecen o inhiben buenos climas educativos en las aulas».

En relación al clima escolar, es preocupante el dato arrojado por el informe de Unicef Clima, conflicto y violencia en la escuela (2011) que señala que el 52% de los consultados en escuelas secundarias de gestión pública y privada del AMBA considera a la violencia en el ámbito escolar como un problema muy grave o grave y que el 70,8% de los alumnos afirma tener conocimiento de la ocurrencia de peleas con golpes entre alumnos en la escuela. Los tiempos destinados a disciplinar, dentro y fuera del aula, muchas veces quitan espacio a otros más nutritivos y de crecimiento intelectual o emocional.

La escuela tiene que llenar de contenidos a los alumnos, pero también enseñarles a pensar y a convivir en paz, formarlos como ciudadanos activos y ayudar a construir sociedades más justas. Para todo esta tarea titánica, cuenta con un tiempo limitado en la vida de los jóvenes y es por eso vital que pueda armarse de todas las herramientas y activos necesarios para llevar adelante la mejor tarea posible.

«Me inclino por una educación cada vez mas dirigida a enseñar a pensar y a una escuela en donde los valores se practican cotidianamente. Una escuela donde los contenidos son relevantes pero no necesariamente la razón de ser de la educación. Una educación que fomenta las habilidades del pensamiento y el ejercicio de los valores democráticos forma ciudadanos capaces de analizar, de resolver problemas, de estimular indagaciones autónomas y sostener sólidos debates que den cuenta de pensamiento crítico, una educación que siente sus bases en el aprendizaje colaborativo y participativo. Pensar implica pensar junto a los otros. Este tipo de educación revitalizaría  sentidos y habilitaría a fortalecer las democracias, la inclusión, en una combinación de intereses y actuaciones individuales y colectivas», concluye Duro.

 

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