Detrás de la educación prohibida
El documental ignora los cuestionamientos a las pedagogías emancipatorias
Por Luciana Vázquez | Para LA NACION
¿Cómo es que un documental largo, tedioso, estéticamente precario, simplificador, sesgado y desactualizado en lo conceptual es visto por millones en Internet y se convierte en el nuevo furor de la web? Hablo de La educación prohibida, el documental dirigido por el joven de 24 años Germán Doin Campos, un egresado de la carrera de Producción de Radio y Televisión del ISER.
Sabemos: en dos meses, desde su lanzamiento en agosto, ya lo vieron casi cuatro millones y medio de personas. La educación prohibida pasó a integrar así el ranking de fenómenos virales de la web. ¿Pero tiene algún otro mérito?
Para que se entienda de qué hablamos. La educación prohibida es una crítica al sistema tradicional de la escuela pública y obligatoria. Y su título se refiere por el contrario a esa otra educación, la deseable según el documental, que se centra en el alumno y no le impone mandatos externos. Según la tesis del documental, esa educación está «prohibida» en el sistema tradicional de educación.
El documental lo cuestiona todo, desde la obligatoriedad de la educación básica hasta la división en grados según la edad, pasando por el concepto de disciplina, las calificaciones, los docentes, los alumnos como recipientes vacíos a llenar. La lista de temas que aborda es larguísima.
CARICATURAS
Desde el arranque del documental, la educación pública no tiene chances. Cada punto señalado es presentado desde su ángulo más oscuro. Y las imágenes ficcionales que ilustran la exposición caricaturizan sin matices a la escuela obligatoria. Docentes que se parecen a la empleada pública de Gasalla. Directores sólo preocupados por disciplinar. Alumnos de primaria sentados al pupitre con las manos atadas.
La escuela pública tampoco tiene una oportunidad en la dramatización que se desarrolla a lo largo del documental y que ficcionaliza la escalada de un conflicto entre alumnos de quinto año de una secundaria tradicional y sus autoridades. Los chicos quieren leer en el acto de fin de año un discurso crítico de la educación.
La directora es interpretada por una profesora flaca, de rostro anguloso y voz chillona: no hay vuelta, así representada la autoridad escolar causa rechazo. Los padres son simplones y de ambiciones vanas. Hay un profesor de barba naciente, con aires bohemio. Es el profesor mediador, que comprende a los alumnos. El papel corre por cuenta de Gastón Pauls -sabemos, el ícono actoral de toda causa políticamente correcta aunque las desventuras con su productora le vienen restando puntos progresistas-.
Por supuesto no hay esperanzas, según el documental, para la escuela tradicional y el drama termina con la prohibición de leer las críticas.
La estructura de La educación prohibida es la de un juicio. En el banquillo de los acusados, el sistema escolar tradicional. Pero el gran agujero conceptual del documental es la ausencia absoluta de la voz de la defensa. Es la Ley y el Orden pero con un culpable a priori y sin posibilidad de defensa.
En dos horas y media de declaraciones no hay una sola frase en boca de un defensor de la escuela obligatoria. En los únicos momentos en que la supuesta realidad de la escuela pública está presente, lo que vemos es en verdad una caricatura elemental de sus males.
TEORÍAS VIEJAS CON DISFRACES NUEVOS
¿Qué hay entonces en los más de ciento cincuenta minutos de documental? La voz acusatoria de la fiscalía. Es el verdadero eje conceptual y teórico de La educación prohibida . Una serie interminable de entrevistas a educadores hispanoamericanos enrolados abiertamente en los sistemas de escolarización alternativos.
Son unos cincuenta especialistas que, a un promedio de seis declaraciones cada uno, y estoy siendo conservadora, insisten unas trescientas veces con lo mismo: las maravillas de la educación emancipatoria, centrada en el amor y el respeto por la identidad profunda del alumno y la perfección pedagógica de los sistemas alternativos de educación.
Ante nuestros ojos aparecen, machaconamente, imágenes de nenes sentados en ronda, jugando en entornos enriquecidos con juguetes educativos, cultivando la huerta, abrazándose. El paraíso, nos quiere hacer creer el documental.
Como cereza de tanta tergiversación, se suceden citas de autores inspiradores de esa «educación integradora» que no oprime a las individualidades sino que las libera.
Aparecen Paulo Freire, autor de Pedagogía del Oprimido en 1970. También Olga Cossettini, con su modelo de «escuela serena» de 1930, inspirada a su vez en la pedagogía de María Montessori, también citada en el documental, una educadora de gran influencia en las primeras décadas del siglo XX. Otros citados son educadores influyentes en los años veintes, los cincuentas, sesentas y setentas.
¿Cómo es que un documental que se quiere rupturista y a la vanguardia en educación basa sus conclusiones en teorías que atrasan cuarenta años como mínimo? Algunas de las posiciones son de principio del siglo pasado y muchas ya fueron revisadas y abandonadas en el camino.
El documental ignora los cuestionamientos a las pedagogías emancipatorias y las críticas en sus distintas vertientes. Las sintetiza bien el trabajo «Critical pedagogy: an evaluation and a direction for reformulation», de los investigadores Willem Wardekker y Siebren Miedeman.
Los investigadores señalan la superación de estos paradigmas, vigentes en los años setentas. Comentan su falta de consecuencias prácticas. Muestran su concepción desactualizada de la identidad del niño que remonta a Rousseau, una identidad suprahistórica, no atravesadas por las determinaciones sociales, hoy perimida.
De autores a la vanguardia educativa hoy, nada. El documental desconoce las revisiones más nuevas de Henry Giroux y Peter McLaren a las pedagogías críticas. O la oportunidad emancipatoria que ofrece el mundo digital dentro del aula. O las ideas del británico Ken Robinson, uno de los especialistas en reformas educativas más consultados en el mundo que da diagnósticos críticos sin necesidad de recurrir a esencialismos discutibles.
REPONIENDO LOS MATICES
Dilemas. Detrás de cada sistema de educación, tradicional o alternativo, hay dilemas y cuestionamientos en ciernes. El documental los excluye. Pero podemos reponerlos.
Cita al educador John Taylor Gatto, por ejemplo, contrario a la escolarización obligatoria pero que nunca plantea el documental que la escuela obligatoria, a pesar de todo, ha sido uno de los mecanismos más democratizadores de la historia. Ciertas escolarizaciones como la cubana o la canadiense, explica el sociólogo francés Francoise Bourdieu, que no aparece en el documental, tienen la capacidad de disminuir el impacto que generan las inequidades sociales.
Nunca plantea el documental que la escuela obligatoria, a pesar de todo, ha sido uno de los mecanismos más democratizadores de la historia
Al contrario, la educación sin escuela o el homeschooling son vistas por algunos teóricos como reaccionarias.
Idealiza la naturaleza, que considera modelo a seguir, como un reino de consensos sin conflictos entre sujetos etéreos. Le falta mucho Toddy frente al National Geographic para ver animales comiéndose los uno a los otros. De solidaridad, cero. La argumentación generaliza y olvida las particularidades. El sistema finlandés, por ejemplo, es modelo por haber logrado la cuota de personalización y motivación sin competencia que el documental defiende. Y es un sistema de escolarización público y obligatorio.
CULPABLES, A PRIORI
Más que un análisis sobre el estado de la escolarización tradicional, La educación prohibida resulta un panfleto, un alegato con una verdad previa -la escuela pública como el reinado de todos los males-y, en un extremo, un folleto de marketing de cierto tipo de escuelas: alternativas y privadas.
Resulta propaganda pura disfrazada de análisis profundo. Una campaña publicitaria de dos horas, veinticinco minutos y diecinueve segundos de duración, títulos incluidos.
Un trabajo documental que se quiere crítico de una cierta realidad exige que las voces a favor y en contra de cada sistema se pongan en juego. Eso se llama rigor periodístico o intelectual. Investigación crítica, que incluye estado de la cuestión a favor y en contra. Esa contraposición dialéctica y ética es lo que falta en L a educación prohibida.
Los puntos cuestionables de La educación prohibida no terminan ahí. Propone una educación centrada en los alumnos pero no hay un solo alumno real hablando a cámara. La imagen de familia que propone es discriminatoria: una postal de papá, mamá y tres hijos, blancos, lindos, de clase media y bien vestidos.
La educación prohibida hace agua por donde se lo mire. Es una oportunidad perdida. Está claro que la preocupación por la educación es genuina: casi cinco millones de personas hicieron click en un documental sobre educación. Nada menos. Tampoco tengo certezas de que todos hayan visto el documental de punta a punta. Cuesta verlo: lo intenté dos veces. La primera me quedé dormida a la media hora. En la segunda lo logré. La síntesis no es una de sus virtudes.
Pero lo cierto es que la educación nos conmueve. Ése es el punto interesante de La educación prohibida , un mérito que no le pertenece: demostrar que hay avidez por la educación.
En realidad, La educación prohibida tiene otra virtud: las preguntas que plantea. Tampoco es poca cosa. El problema es que las respuestas, vimos, no están a la altura de la profundidad de los interrogantes.
La educación pública demanda una revisión sin dudas, pero una revisión más rica. Y no necesariamente de dos horas de duración. Al británico Robinson le alcanzaron dieciocho minutos de una charla en TED, Do schools kill creativity?, para argumentar en contra del sistema escolar actual y para convertir su exposición en la más vista de TED, con más de 13 millones de clicks desde 2006..