Crítica de «La Educación Prohibida»
por Susana Di Pietro
por CTERA
Interesante nota de opinión de Susana Di Pietro acerca de la película «La Educación Prohibida»
En su aparente simpleza, la película dirigida por Gabriel Coin ofrece una gran complejidad si se pretende formular un análisis crítico sobre su contenido.
En algún sentido, “La educación prohibida” funciona como una trampa: se nos ofrece un alimento tentador, pero si vamos directamente hacia él para consumirlo, sin reparar con cuidado en el contexto, podemos quedar atrapados. En otras palabras, el argumento de la película se estructura a partir de una serie de planteos sumamente atractivos y simples sobre los modos de aprender y los paradigmas pedagógicos, que en sí mismos pueden ser disparadores de un rico debate. El problema es cuando ese conjunto de ideas termina comprometido en un posicionamiento político con aristas cuestionables.
Por ello, resulta preciso hacer un esfuerzo por distinguir esos dos planos. Por un lado, la crítica a las formas de organizar las escuelas y a los criterios que rigen la enseñanza, que –coincidimos- deberían ser objeto de permanente revisión. Por el otro, las implicancias políticas del contenido del documental en su conjunto que, por momentos, se traduce en un señalamiento al modelo de educación pública, gratuita y obligatoria como responsable de los problemas existentes.
El todo y las partes
Como decíamos, “La educación prohibida” formula algunas afirmaciones que, si bien pueden pecar de una excesiva generalización, merecen ser tenidas en cuenta: – El curriculum escolar presenta el conocimiento de manera fragmentada, privilegia la transmisión de la información sobre el desarrollo de la creatividad.- Se tiene poco en cuenta el interés de los alumnos, por lo tanto la escuela suele generar tedio y aburrimiento en niños y adolescentes.- La currícula privilegia contenidos formales, racionales y abstractos, que además suelen encontrarse desactualizados.- La metodología utilizada de modo predominante por los docentes es el dictado de clases frente al pizarrón. – La enseñanza se plantea de manera muy directiva, con poco espacio para la autonomía, la voluntad y la expresión personal.- El sistema de calificación tiene en cuenta los aspectos observables y medibles del desempeño de los alumnos, pero desconsidera muchas otras capacidades. Asimismo, no se valora el papel del error en la construcción del aprendizaje.- El sistema educativo privilegia los resultados sobre el propio proceso de aprendizaje.- La disciplina escolar resulta un acto de imposición de poder que tiende a generar miedo y no a construir las reglas colectivamente y a regular el comportamiento en base al respeto por el otro. – Faltan espacios de reflexión y trabajo colectivo entre los docentes.- La gradualidad plantea la organización de grupos de aprendizaje en función de la edad como único criterio. – La perspectiva homogeneizante de la escuela obtura el respeto a las diferencias.
Nadie que pretenda sostener un posicionamiento crítico sobre la educación (sea docente, madre/ padre o estudioso del tema) debería incurrir en una defensa conservadora de la escuela tal como es: efectivamente, la propuesta escolar tiene que ser revisada en muchos aspectos. Aspiramos a una escuela mejor y creemos también en la necesidad de cambiar las prácticas de enseñanza, las metodologías y las propuestas curriculares. Pero esto no implica adoptar el enfoque global en el que los planteos enunciados se encuentran insertos.
La escuela como máquina de opresión
Como reza en su epígrafe inicial, La educación prohibida está dedicada “a todos los niños y niñas que quieren crecer en libertad”. A lo largo de sus dos horas y media de duración, se termina confirmando que es éste el valor que se coloca en lo más alto de la jerarquía de principios que deben regir la esfera educativa.
Es sabido que los discursos se construyen a partir de lo que se dice, pero también a través de lo que se calla. El reclamo de que el sistema escolar forme sujetos libres no se acompaña, en la película, de un reclamo semejante para que logre también ser más igualitario y justo. Semejante omisión, como decíamos, no es inocente ni casual.
Ahora bien, ¿cómo fundamenta la película su preocupación por la libertad? La respuesta es que parte de una caracterización de la educación como un sistema de adiestramiento y sujeción. Las escuelas son ámbitos en los cuales los niños y jóvenes no pueden expresarse, son condicionados a pensar de una manera determinada, a responder pasivamente a estímulos y a producir resultados predefinidos. De hecho, la película comienza con la alegoría de la caverna: de una manera lineal los estudiantes son comparados con prisioneros y la escuela con un lugar de encierro. Dentro de la escuela/caverna se manipulan figuras que proyectan sobre las paredes oscuras sombras, que los alumnos/prisioneros terminan confundiendo con la realidad. En suma, los contenidos escolares presuponen un “gran engaño” y únicamente quienes escapan de la prisión pueden acceder al conocimiento de lo real.
De manera ambiciosa, el director se posiciona como aquel que pudo huir de la cueva, vio la realidad y tiene que abocarse ahora denunciar ante los demás el engaño del que están siendo víctimas. Es decir, el documental se instala así como una herramienta de desmitificación de la realidad educativa.
Si los alumnos son considerados como sujetos de engaño, manipulación y adoctrinamiento, los docentes no salen mejor parados. Téngase en cuenta que, además de la opinión de entrevistados y la inclusión de atractivas animaciones, el documental emplea en varias oportunidades el recurso de la presentación de ficciones sobre diversas situaciones escolares. En cada una de estas representaciones, los docentes son presentados de manera maniquea y simplista.
Por un lado, se los muestra casi caricaturescamente como figuras autoritarias, que imponen a los gritos su saber, sin brindar argumentos ni explicaciones, y pretenden de los alumnos solamente silencio y docilidad. Por otro lado, los docentes son concebidos como meros ejecutores de decisiones tomadas por las autoridades y representan pasivamente el papel que otros han diseñado para ellos en este contexto opresivo. Así, el docente sólo puede ser víctima o victimario de un modelo autoritario y verticalista que opera como una máquina perfecta de sumisión. La idea de los maestros como sujetos activos, capaces de organizarse colectivamente y construir un posicionamiento como trabajadores e intelectuales de la educación no aparece. De hecho, a lo largo de la película no se encuentran testimonios de educadores que trabajan en escuelas públicas ni de aquellos que asumen compromisos sindicales o políticos. En el documental que analizamos, el maestro es hablado por otros: no tiene voz propia ni se le otorga la palabra (a menos que se trate de los educadores de instituciones que desarrollan pedagogías alternativas, cuya opinión se despliega a lo largo de todo el film).
Volviendo a una de las críticas centrales que formula esta película, no se puede dejar de reconocer el componente autoritario que ha signado y aun signa muchas veces las relaciones al interior del ámbito escolar. Ya en los años ’70 la sociología crítica denunciaba la manera en que ciertas características de la escolaridad (como los vínculos que se dan en su interior) tienden a reproducir las relaciones sociales de poder y desigualdad. Por ello, creemos que cuestionar las prácticas autoritarias y los modelos verticalistas sigue siendo una tarea necesaria y que es preciso luchar para que la escuela contribuya a la formación de subjetividades críticas.
Pero hoy no es posible desatender las enseñanzas del pensamiento post-reproductivista, que subrayó la necesidad de tener en cuenta el papel de las mediaciones a la hora de indagar las relaciones entre estructura social y educación. “La educación prohibida” no incorpora esa sutileza en el análisis ya que olvida que los ámbitos educativos son, como cualquier otro espacio social, lugares de lucha, contradicción y resistencias. Alumnos y docentes se encuentran allí desde sus respectivas biografías, condiciones materiales, experiencias de vida y culturas de clase. Ni maestros ni estudiantes son sujetos pasivos determinados a actuar mecánicamente como opresores y sometidos.
Las críticas a los resabios autoritarios y verticalistas de las relaciones educativas requieren tener en cuenta la complejidad de la realidad de las aulas. En nuestra opinión, la película parte de una pintura tan simplista que sólo puede ser producto de un serio desconocimiento de lo que sucede hoy en la mayoría de las escuelas. Al respecto, uno de los grandes desafíos de los docentes en la actualidad es cómo construir autoridad democráticamente, ya que –como cualquiera que recorra cotidianamente nuestras aulas podrá confirmar- lo que reina en ellas no parece ser, afortunadamente, la paz de los cementerios.
La necesidad de situar el análisis
Otro de los flancos débiles del documental es la descontextualización y la falta de rigor en la fundamentación de algunas de las ideas sostenidas.
En relación con el primer aspecto, cabe señalar que el relato de la película se va construyendo a partir de entrevistas a educadores o especialistas en educación de varios países (Chile, Ecuador, Uruguay, Argentina, Colombia, España, entre otros). Los escasos datos presentados permiten inferir que la fuente principal de la que abreva el documental son instituciones u organizaciones del ámbito privado que impulsan el desarrollo de pedagogías alternativas (escuela nueva, escuela Waldorf, escuela libre, holismo, logosofía, etc.).
La descontextualización del discurso se manifiesta, entonces, en la falta de localización y definición de los planteos. A menos que se demuestre que existen continuidades supranacionales a lo largo de todos los sistemas escolares mencionados, no parecería posible hablar en abstracto y de manera genérica del funcionamiento de las escuelas, de los modelos pedagógicos predominantes y de las características de la estructura curricular en todos esos países. Los planteos del documental ganarían solidez si se tuviera en cuenta la especificidad de cada realidad nacional. Aun más, también es discutible afirmar que los “males” de los que adolece la educación primaria son los mismos que aquejan a la escuela secundaria o la universidad. Pero en la película “la educación” es una sola y admite el mismo tipo de reflexiones, cualquiera sea el nivel del que se trate y el país del que se hable.
En relación con el segundo aspecto, la endeblez de los datos en los que se fundan ciertos argumentos por momentos es demasiado evidente: en un fragmento de la película se dice por ejemplo que “estudios indican que el 98% de los niños son genios a los 5 años, tienen la mente abierta, pero 15 años más tarde solo un 10% tiene esas características”. ¿No sería justo mínimamente mencionar cuáles son esas investigaciones que terminaron culpando a las escuelas de convertir a nuestros pequeños genios en jóvenes con la mente arruinada por el adoctrinamiento?
El Estado como culpable: ¿un retorno al discurso neoliberal con nuevos ropajes?
Pese a que la película dice no aspirar a dar una respuesta cerrada y fija sobre los modelos educativos deseables, en la selección de los referentes entrevistados y en la reconstrucción histórica de la educación que se formula no se presentan opiniones diversas o paradigmas en disputa: es una sola voz la que se escucha (razón por la cual el documental termina causando tedio, pese a su muy buena calidad de realización). Esa voz insiste en encontrar un único responsable del lamentable estado de cosas denunciado: el Estado y, más precisamente, el modelo de educación pública, gratuita y obligatoria. Es preciso aclarar que lo cuestionable no es que se analice críticamente el papel del Estado, sino que se lo identifique per se y globalmente como culpable de todos los males de la educación. Simultáneamente, la película no pone en cuestión el papel del sector privado, de las ONGs, de las Iglesias; actores a los cuales excluye totalmente del análisis. Considera monolíticamente al “Estado”, en abstracto, sin diferenciar los distintos modelos de Estado existentes a lo largo de la historia del capitalismo -para circunscribir la discusión- y en las distintas realidades nacionales. Para el documental parecería que el Estado de Bienestar y el neoliberal son lo mismo, y que tampoco hay diferencias entre la política educativa que pueda desarrollar un Estado que se desentienda de sus funciones y aquel que recupera su responsabilidad en el cumplimiento de los derechos de los ciudadanos (a la educación, a la salud, al trabajo, a la vivienda, etc.).
En épocas como ésta, en la que gran parte de los gobiernos de Latinoamérica está intentando –aun con obstáculos y contradicciones- reconstruir el Estado arrasado por las políticas de los ’90 y ponerlo al servicio de intereses populares, este retorno a las premisas del pensamiento liberal (y neoliberal), que alerta contra los riesgos totalitarios del Estado, resulta al menos curioso.
La limitación del potencial crítico
Al develar la “inocencia” de las escuelas, analizando los valores que estimula (competencia, individualismo, autoritarismo), el tipo de las relaciones que genera, los contenidos que transmite, el perfil de estudiante que tiende a formar, etc., las teorías críticas se basaban en una premisa muy básica: los sistemas educativos no tienen una existencia autónoma sino que se encuentran condicionados por las características de la sociedad, la cultura y la economía. En línea con el abandono de posturas unidireccionales, el refinamiento de estos análisis llevó, con el tiempo, a sostener que las escuelas no sólo son espacios donde se reproducen las características de las formaciones sociales, sino que también son espacios donde se produce lo nuevo.
En el documental las analogías que se establecen entre las escuelas, por un lado, y las prisiones y fábricas, por el otro, no apuntan a cuestionar un sistema social injusto y deshumanizante, sino a la necesidad de desarticular la autoridad del Estado (y la educación estatal y obligatoria), para dar impulso así a las iniciativas privadas capaces de desarrollar modelos de enseñanza y de organización escolar alternativos. Es decir, no hay referencias claras a las relaciones económicas y sociales que expliquen, aun de manera indirecta y mediatizada, los procesos educativos. Parecería ser que en el mejor de los mundos posibles surgió un Estado con pretensiones totalitarias, responsable de haber creado un sistema escolar que, en lugar de brindar educación, terminó sometiendo, adoctrinando y aplacando la natural creatividad de los individuos.
En suma, el potencial crítico del documental se debilita porque sus cuestionamientos se limitan a discutir el modelo pedagógico, sin abarcar las relaciones económicas y sociales más amplias en el marco de las cuales la escuela tiene lugar.
¿Educación prohibida o educación negada?
Una de las más relevantes situaciones de ficción que incluye la película presenta a un par de alumnos de 5to año de una escuela secundaria (presumiblemente privada), junto a un profesor. A estos adolescentes se les encomienda redactar un discurso para el acto de egreso y deciden hacer un balance de la educación que han recibido. Escriben: “muy poco de lo que pasa en la escuela es verdaderamente importante. Nos enseñan a estar lejos unos de otros y a competir. Padres y maestros no nos escuchan. Por todo eso decimos ¡basta!: la educación está prohibida”.
De acuerdo con este punto de vista, la educación está “prohibida” para aquellos niños y jóvenes que, teniendo la escolaridad garantizada y contando con los restantes derechos y necesidades cubiertos, son educados en el marco de un paradigma pedagógico que no da lugar a su palabra, no los coloca en el centro de la propuesta y fomenta la sumisión, la competencia y el individualismo. Este planteo no resulta novedoso, si se recuerda que la falta de libertad es definida en el film como el principal problema que aqueja a la educación. Efectivamente de este modo las preocupaciones expresadas en el documental se vinculan, entendemos, con problemáticas que resultan prioritarias para los sectores sociales integrados e incluidos.
Pero si incorporáramos la perspectiva de aquellos que históricamente han sido excluidos del derecho a la educación (y lo siguen estando), el título de la película debería ser revisado. En la medida en que las clases populares han tenido desiguales oportunidades de acceder, permanecer y egresar de las escuelas, atravesando al mismo tiempo experiencias significativas de aprendizaje, para amplias mayorías la educación ha sido directamente “negada”. Es sabido que la pregunta sobre qué es una buena educación (y cuáles son los valores que deben regirla) constituye una pregunta eminentemente política y que no tiene una respuesta sencilla. En nuestra opinión, esa respuesta jamás puede formularse desde la construcción de falsas dicotomías. Por eso creemos que bregar por un horizonte de mayor justicia e igualdad no debería suponer descuidar la importancia de la creación de sujetos libres. Y a la inversa. En definitiva, ni la libertad “prohibida” para algunos sectores ni los derechos negados para las mayorías.