La Pedagogía de la Nada
Eran los 90. La directora de un humilde establecimiento de la zona oeste de Rosario vio su sueño cumplido: poder ponerle mármol a las escaleras de su escuela, «para que los chicos lo toquen, lo sientan».
Por Marcela Isaías / La Capital
Eran los 90. La directora de un humilde establecimiento de la zona oeste de Rosario vio su sueño cumplido: poder ponerle mármol a las escaleras de su escuela, «para que los chicos lo toquen, lo sientan». Muchos que conocen bien de cerca esta anécdota aseguran que se sacó el gusto y logró instalar «su» mármol de Carrara.
El capricho de la directiva no desentonaba con la época, donde la ley federal impulsaba la ilusión de que a través de los cambios de estética, de terminologías pedagógicas y una reconversión profunda de los docentes -a través de un shock de capacitaciones- se haría realidad la anhelada revolución educativa menemista.
Quizás este capricho no pasó más que de eso: una escalera de mármol. A diferencia de otros que se tomaron a nivel de las políticas de Estado. Uno bien grave es el contado por la propia ex ministra de Educación de Menem, Susana Decibe, en una entrevista realizada por este diario, y que vale la pena recordar.
Confiaba Decibe que el nombre de EGB no es más que -como lo describió- «la historia de un capricho«: «La idea original de Diputados contemplaba la primaria y la secundaria como se las conocían (hasta antes de la ley federal), convirtiendo en obligatorio el ciclo básico del secundario (los dos primeros años), sin cambiar nombres. Sucedió que la senadora (PJ) Olijuela del Valle Rivas se enamoró de la denominación de EGB (española) y se encaprichó para que se llamaran EGB y polimodal. Esa es la verdad sobre por qué se llama así el nuevo sistema».
Lo que devino después de esa decisión absurda es el caos por todos conocido y que aún, casi dos décadas después, sigue sintiéndose en las aulas.
La educación diseñada para los noventa pretendía sobre todo ser un lugar de contención de los problemas sociales, y a la vez permeable al modelo neoliberal del país que se edificaba. No pasó sin graves consecuencias para la enseñanza pública.
Para que la tensión provocada por una ley resistida no impidiera cumplir con el «normal dictado de clases», se echó mano a distintas estrategias y a métodos extorsivos como el presentismo (el hijo dilecto del ex gobernador Carlos Reutemann, aplicado por su fiel ministro Fernando Bondesío), dejado sin efecto por la ex ministra de Obeid, Carola Nin, en 2004.
En 2007, el socialismo llegó con la promesa de darle otro prestigio a la docencia, convertirla en aliada de su política educativa y en cambiar la mirada sobre el problema de la salud de los docentes, con la implementación de un paradigma preventivo. Se creaba además la Dirección Provincial de Bienestar Docente, toda una novedad no sólo para Santa Fe, sino para América latina, donde no se conocían hasta entonces iniciativas similares. Todos festejaron estas decisiones.
Bastó dejar andar la propuesta para que el nuevo sistema de salud mostrara sus debilidades (las quejas sobre su funcionamiento se duplicaron en el último año) y la nueva dependencia se convirtiera, tal como la popularizaron los maestros, en la «Dirección de Malestar Docente».
Hace un año, el doctor Jorge Kohen advertía que si no se cambiaban las condiciones de trabajo docente y se atendían seriamente los problemas de violencia manifestados en las escuelas, los pedidos de licencia por enfermedad se seguirían incrementando. En esas mismas declaraciones, el reconocido especialista señalaba que estos pedidos aumentaban «un 10 por ciento por año». Kohen estaba en ese momento a cargo del Area de Salud y Trabajo de la Facultad de Medicina (UNR) que desde 2008 desarrolla un convenio con el Ministerio de Educación provincial, precisamente para analizar por qué los docentes se enferman y diseñar políticas de prevención. Luego de estas declaraciones públicas fue invitado a renunciar a su cargo.
También en ese informe de Salud Laboral se advertía sobre otro tema clave del ausentismo al que hay que enfrentar y es el conocido como «fraude laboral, que es el docente que inventa una enfermedad, y que no supera el 10 por ciento de todos los que piden licencia».
A la larga lista de lo que se conoce como «condiciones de trabajo», que va desde salarios, falta de cargos, infraestructura deficiente para enseñar y aprender, directivos sobrepasados de tareas administrativas, a cargo de los comedores escolares, maestros que atienden en sus aulas a niños con distintas problemáticas de salud como pueden, sin apoyo de especialistas; que enfrentan robos, tiroteos y las consecuencias de la droga; por citar algunas pocas, se suman otras que recuerdan al capricho de Olijuela y al temor infundido en tiempos de la ley federal, en caso de no aggionarse a los nuevos (y ya no tan buenos) tiempos educativos.
«¿Es de La Cámpora esa profesora?». La pregunta primero desconcertó a la directiva de la escuela secundaria y luego derivó en carcajada. La hacía una funcionaria de Educación que quería saber la filiación partidaria de una educadora que no se resignaba a que los planes de estudios para la secundaria les lleguen cocinados desde el ministerio provincial y los cuestionaba públicamente. La profesora, que tiene sus años en la docencia, no tomó tan graciosamente el interrogante y más bien se acordó de los tiempos de «caza de brujas».
Infundir miedo a la pregunta abierta y dejar bajo sospecha a quienes tienen participación política, gremial, partidaria o como se llame, respaldada por la democracia, es tan preocupante como fomentar desde las políticas de gestión educativa la «Pedagogía de la nada», basada en las palabras al viento, las rondas de palabras, los encuentros para conocerse, clases de macramé en la formación docente o el intento de conectar sabores y saberes (y no es chiste).
Es interesante la preocupación manifestada por la ex ministra de Educación Elida Rasino -ahora diputada nacional por el FAP- en la nota de opinión «Educación: un límite vulnerado» publicado ayer en este medio y donde advierte sobre «el desembarco de agrupaciones partidarias desplegando actividades de neto corte doctrinal» en las escuelas santafesinas.
Lástima que no se inquietó de la misma manera, cuando era ministra, sobre el constante desembarco de ONGs en las escuelas provinciales también para desplegar programas de «neto corte doctrinal», y que preparan a los chicos a ser «empresarios exitosos», «emprendedores eficientes», a adquirir «habilidades para el éxito» o bien tomar «decisiones empresariales complejas», a través de actividades que incitan al individualismo y la competencia por encima de la solidaridad, un valor sinónimo de la educación pública.
Pero no llaman la atención estas declaraciones de la ex ministra, cuyo objetivo no es abrir el debate sino infundir miedo a expresar la diferencia. Basta recordar que el año pasado calificó de «aprendices de piqueteros» a los estudiantes del Colegio del Huerto, que protestaban con una sentada por el despido sin causa de dos docentes. «Están aprendiendo a ser piqueteros en lugar de jóvenes que producen para la sociedad», había dicho la ex funcionaria de Binner, descalificando a los más jóvenes por su condición de juventud.
Caprichos o decisiones autoritarias son las que han negado (y niegan) la palabra autorizada de los trabajadores de la educación para decidir, poniendo en sospecha la capacidad de arbitrar reglas, organizar el debate y ofrecer alternativas. Cuestionar esa cualidad de quienes están al frente de las escuelas es de alguna manera socavar las condiciones de trabajo, limitarlas y desgastarlas. La provincia urge por un debate abierto, profundo y participativo sobre qué educación quiere, para quién educa y en qué condiciones se garantiza. Una discusión necesaria para que no siga prevaleciendo la pedagogía de la nada.