La difícil lección de las pruebas PISA

La difícil lección de las pruebas PISA

Por Andrés Oppenheimer | LA NACION


Lo más preocupante para América latina de las recientes pruebas PISA (Programa Internacional para la Evaluación Estudiantil) no es que los resultados de la región hayan sido pésimos, sino que algunos países ni siquiera admiten que tienen un problema serio.

Desde que se dieron a conocer los resultados del test PISA a principios de mes, se ha escrito mucho sobre el hecho de que los países latinoamericanos que participaron en la prueba -Chile, México, Uruguay, Costa Rica, Brasil, Argentina, Colombia y Perú- salieron en los últimos puestos de la lista de las 65 naciones participantes.

Pero muy poco se ha hablado sobre los países que se retiraron de la prueba a último minuto, como Panamá, o los que directamente no participaron -quizá porque temían sus resultados-, como Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Honduras y República Dominicana.

Las pruebas PISA se toman cada tres años y miden el conocimiento de los jóvenes en matemáticas, ciencia y comprensión de la lectura. Según los expertos, se trata de la prueba estudiantil más respetada.

Este año, como en años anteriores, los estudiantes de China y otros países asiáticos sacaron el mejor puntaje en las tres categorías. En matemáticas, la ciudad china de Shanghai salió en primer lugar, seguida por Singapur, Hong Kong, Taipei, Corea del Sur y Japón. Más abajo en la lista de puntajes están Suiza (9), Finlandia (12), Alemania (16), Francia (25), España (33), Rusia (34), Estados Unidos (36), Suecia (38), Chile (51), México (53), Uruguay (55), Costa Rica (56), Brasil (58), Argentina (59), Colombia (62) y Perú (65). Los resultados en ciencias y comprensión de lectura fueron similares.

En casi todos los países europeos y en Estados Unidos, los gobiernos asumieron la responsabilidad por sus puntajes relativamente malos y los interpretaron como un llamado de atención para mejorar. Afortunadamente, algunos gobiernos latinoamericanos, como los de México, Brasil, Colombia y Perú, hicieron lo mismo.

Pero otros gobiernos latinoamericanos siguieron la política del avestruz y trataron de minimizar el problema o de negarlo por completo. El ministro de Educación de la Argentina, Alberto Sileoni, quien en años anteriores culpó a la metodología del PISA por los malos resultados de su país, esta vez admitió que los resultados fueron malos y que hay que tratar de mejorarlos.

Sin embargo, en lugar de utilizar el test PISA para movilizar el país y tratar de revertir la debacle educativa de la Argentina, Sileoni relativizó los resultados. La reacción más payasa, sin embargo, fue la de Bolivia, cuyo ministro de Educación, Roberto Aguilar, apareció en los medios diciendo que su país no participó en la prueba porque se trata de una «imposición neoliberal».

Cuba, que afirma tener un sistema educativo de alto nivel, no explicó por qué no participó en la prueba. Tampoco Venezuela. Los críticos señalan que ambos países no participan por temor a que los resultados contradigan la imagen de éxito que proyectan sus propagandas oficiales.

Otros países que se autoproclaman socialistas, como China y Vietnam, no sólo participan en la prueba PISA, sino que la usan como un medidor clave de sus programas educativos.

Mi opinión: aunque los países latinoamericanos que participaron en la prueba PISA están siendo criticados en los medios por sus malos resultados, son los más valientes. Están haciendo lo correcto: cuando uno tiene un problema, lo mejor que puede hacer es identificarlo, cuantificarlo, asumirlo y hacer algo al respecto.

Por suerte, algunos países que no participaron, como Ecuador, Guatemala y Panamá, están reconsiderando su posición, y podrían participar en 2015.

Pero aquellos que se niegan a participar en la prueba, como Bolivia, Cuba y Venezuela, están escondiéndose detrás de eslóganes ideológicos y otras excusas banales para negar su deterioro educacional. Son los que merecen las mayores críticas.

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