Noviazgos violentos: su prevención escolar

Noviazgos violentos: su prevención escolar


Como sociedad, debemos trabajar decididamente para concretar un cambio cultural que destierre los maltratos y la creciente violencia de género    

La creciente violencia que los especialistas vienen registrando entre parejas de adolescentes ha llevado a las autoridades educativas nacionales a distribuir entre los docentes un cuadernillo que enfoca diversos aspectos de esa problemática: cómo reconocerla entre los estudiantes, cómo encarar con ellos el diálogo, cómo prevenir los vínculos abusivos y la realización de talleres que ayuden a desterrar viejos tabúes y a hallar soluciones.

Resulta, sin duda, un aporte esencial en estos tiempos en los que se suman cada vez más esfuerzos tendientes a evitar relaciones violentas que no pocas veces terminan con la vida de las víctimas.

El crimen de la joven Carolina Aló a manos de su novio, Fabián Tablado, en 1996, fue un caso que provocó horror y que, por ello, marcó un punto de partida en la lucha por evitar este tipo de hechos. Carolina tenía por entonces 16 años y fue muerta de 113 puñaladas. Su familia reconoció luego que había habido indicios de que la relación de la joven pareja no andaba bien, pero nadie por entonces imaginó semejante desenlace.

Hoy, que la violencia de género es debatida en numerosos ámbitos y que una ley de noviembre pasado endureció las penas por femicidio, elevándolas a reclusión perpetua, es necesario dotar a los docentes con herramientas que los ayuden a descubrir y enfrentar este tipo de comportamientos abusivos tendientes a manipular una relación amorosa.

En la actualidad, los especialistas entienden como violencia no sólo la física, sino también la psicológica, la verbal y hasta la económica. En el caso de una pareja de adolescentes, los primeros síntomas pueden verificarse en controles excesivos, en una constante vigilancia y en la necesidad de dominación que demuestra uno de los novios.

Son casos para estar muy atentos, tanto en la escuela como en la casa. En una reciente publicación la reconocida revista Pediatrics da cuenta de un trabajo realizado sobre la base de entrevistas con 5681 jóvenes de entre 12 y 18 años, que arrojó como resultado que las víctimas de la violencia en parejas de adolescentes son más propensas a experimentar comportamientos nocivos para la salud en años posteriores, como depresión, baja autoestima, comportamientos antisociales, conductas extremas de control de peso y hasta ideas e intentos de suicidio.

El estudio realizado en los Estados Unidos también demostró que tanto hombres como mujeres que durante la adolescencia fueron víctimas de noviazgos violentos tenían no pocas posibilidades de repetir la experiencia en sus relaciones adultas.

Las cifras en nuestro país no son menos preocupantes. En los últimos cinco años se produjeron 1236 femicidios, según datos de la ONG Casa del Encuentro, expuestos durante la presentación de su informe en la Legislatura porteña. En tanto, recientes estadísticas del programa Noviazgos Violentos, del Ministerio de Desarrollo Social de la ciudad, indican que la cantidad de chicas de entre 13 y 21 años que fueron atendidas en el distrito como consecuencia de relaciones violentas se duplicó entre 2011 y 2012 (pasaron de 31 a 69 casos). Además, está constatado que, en la mayoría de estos casos, no se efectúan las correspondientes denuncias.

También está largamente demostrado que la mayoría de esos ataques se producen dentro de las familias. De allí que cobra cada vez más fuerza la asistencia que pueda desarrollarse desde los vínculos más cercanos a ella, como la escuela y el vecindario.

Cuando ocurrió el asesinato de Carolina Aló no existían prácticamente lugares específicos donde pedir ayuda ni donde denunciar. Hoy contamos con muchos más recursos, especialmente para prevenir que ocurran estos hechos lamentables.

El cuadernillo de la cartera educativa nacional dedicado a los docentes es un paso importante. No sólo establece consignas para entender las señales de alarma y propiciar su identificación en estadios tempranos, sino que propone herramientas para saber cómo encarar el tema cuando la problemática ya está instalada, y qué tipo de apoyo o derivación decidir.

En ese sentido, plantea una serie de acciones que culminan en talleres para trabajar con los jóvenes, animándolos a contar lo que les pasa, a no sentirse culpables, a pedir ayuda y a comprender que tienen derechos que nadie puede vulnerar.

Comprometer a la escuela en estas acciones es una decisión medular, pero debe ser acompañada con los recursos necesarios para instrumentar campañas que desnaturalicen este tipo de maltratos que lamentablemente siguen siendo tolerados por buena parte de la sociedad argentina.

Como ya hemos dicho desde estas columnas, la violencia de género es un problema del que la sociedad en su conjunto no debe estar ajena. Hay que propender a un cambio cultural que destierre el maltrato. Si la ley se tiene que aplicar es porque ya se habrá producido una nueva víctima. Es decir, porque nuevamente habremos llegado tarde.

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