Rafaela y su gente

Rafaela y su gente

Hoy: Juan Carlos Ceja


Por Elida Thiery (redacción LA OPINION). –  Es la infancia la que sabe marcar el rumbo de la vida. En muchos casos la sonrisa de una persona hablando de su niñez es la que determina cómo fue el camino transcurrido. Algo de este gesto tiene Juan Carlos Ceja.

Rafaelino, del barrio Villa Dominga, el hijo del medio de una familia compuesta por padres trabajadores y con dos hermanos más. Tuvieron a una carnicería como eje, la cual durante muchos años sirvió como sostén y en la que todos colaboraron con su continuidad hasta los años ´90.
Formado en la etapa inicial en la escuela Sarmiento, cuando todavía estaba el sistema de primer grado inferior, para luego terminar en la escuela Alberdi. Fue por opción personal y por el acompañamiento sabio de sus padres que Juan Carlos eligió seguir estudiando, a partir del año 1963, ingresando a la “Normal”, la escuela de enseñanza media Nº 204, siendo así parte de la última promoción de maestros normales, siguiendo luego en el Profesorado las carreras de Historia y Geografía, si bien su vinculación profesional está ligada a la primera de ellas, con una capacitación anexa en cuanto a Pedagogía y Educación. 
A pesar que sus padres no tenían completa la educación formal, sabían que esta era una posibilidad para sus hijos, opción que Juan Carlos tomó casi por el impulso de la ambición de conocer, por esas tantas horas de lectura que invirtió en su niñez. Fue maestro, es docente y un hombre de cultura que supo andar su camino; y “a la distancia, creo que mi mamá siempre estuvo feliz por eso”, recuerda así a María y también cita en las memorias a su padre “Pichón”.
“Mi intención siempre fue que después de algunos años de carrera pudiera terminarla con algunas horas de cátedra, pero a la vez conduciendo algún establecimiento educativo”.
Muchas veces se dice que hay que visualizar los objetivos, él lo hizo y lo logró. Fue en 1977 que ingresó a la escuela Mario Vecchioli y allí durante 11 años fue vicedirector del turno nocturno, con muchas funciones de dirección cumplidas por forma de trabajo conjunta, pero llegó a ganar el concurso para el cargo, de donde se retiró sin poder ejercerlo por asumir en el Instituto del Profesorado otras responsabilidades, luego de mucho trabajo invertido desde 1979. “Uno de mis objetivos era ser director del Instituto, no llegué de casualidad, yo lo busqué”, reconoce a unos dos años de jubilarse y disfrutando mucho de su lugar, de una labor constante que lo hizo pasar además de las cátedras tradicionales que aún conserva con una carga de 12 horas semanales, en las materias Introducción al Conocimiento Histórico, Historia Mundial II y de Historia Argentina I, pasó por la regencia y ocupa la dirección interina, concentrándose en los dictados exclusivos en la carrera de Historia. Metas logradas con buenos resultados, ya que es Licenciado en Ciencias Sociales por la Universidad del Salvador, destacando entre sus capacitaciones el Postítulo de actualización académica en Pedagogía y Currículo y la actualización académica en Epistemología con orientación en Humanidades y Ciencias Sociales; de la Universidad Nacional de Rosario, con postítulo de Formación Universitaria en Política y Gestión Institucional en Educación.

EN FAMILIA
Desde los 14 años comparte la vida con Luisa Estela Astudillo, con quien está casado desde hace 41 años y comparte lo que él bien denomina como una “evolución” en la vida propia. Con ella tiene dos hijos, Javier y Ezequiel, de quienes disfruta a tres nietos, Carolina, Sebastián y Joselina, en su casa del barrio Guillermo Lehmann, donde vive desde 1977. “Hay algo de nuestro tiempo que es valioso y que debiera rescatarse en esta época. Si bien hay cosas que no se pueden transferir y son propias de cada tiempo, algunas nos gustaría poder mostrársela a los chicos. No son responsables, sobre todo de manera individual. Hay una historia nuestra, de los mayores, de cosas que hemos hecho y heredado que no nos gusta, pero de eso nos tenemos que hacer cargo”, aludiendo al contraste de momentos, incluyendo “la aceleración del tiempo histórico”. “Nosotros teníamos un tiempo largo, amesetado que nos permitía la autorreflexión larga y profunda, la mirada de nuestros propios pasos; mientras que ahora hay momentos alienantes, incluso, que no permiten mirar el presente”, se permite evaluar sobre el tiempo que se vive, en medio de una transición lógica de la especie humana, ya que “las cosas que no nos gustan no van a ser infinitas y permanentes.
“Hay formas en las que me alegra como algunas personas me llaman. En lo cercano, cuando me dicen ´Juan´, o ´Negro Ceja´, hablan de una empatía y una cercanía; pero también cuando dicen que tengo que ver mucho con la educación y la cultura, me da satisfacción que se perciba así, porque algo he trabajado para eso”.
Como un entendido, Juan Carlos considera que la educación siempre tiene que ser mejor. “Al ser un acto humano, nunca puede descansar en pensar que lo estamos haciendo bien. Hoy el sistema educativo tiene muchos claroscuros. Falta un gran acuerdo social, para entender qué queremos para la educación, basado en lo que la sociedad necesita, oxigenándola a través del acuerdo, para entender qué queremos hacer detrás de una necesidad”. Un ejemplo de ello lo da con los cambios en las currículas y formatos en las escuelas, pero la permanencia de programas para la formación docente. Esa disparidad muestra “un desfasaje muy grande”, incluso donde la falta de acompañamiento de los alumnos desde las familias en cuanto a su formación y la valoración de los maestros.
OTROS AMBITOS
Su paso por las escuelas se fundió con la aspiración teatral. “Mi preocupación siempre fue que el arte invadiera el sistema educativo”, algo que hoy es más cercano, él lo instaló en la Escuela Nº 204, con un taller que allí funcionó por más de dos décadas, nombrado “Crecer en Taller”, con recorrido y recepción provincial, derivada también la actividad en el Teatro del Instituto, durante diez años, que aportó trabajos valiosos al ámbito cultural local, luego continuado con el Grupo Alas, que hoy ve reflejado su quehacer en el libro “Voces, Crónica teatral a coro” publicado en 2011 con el aporte de la Comisión Municipal para la Promoción de la Cultura de Rafaela. 
De ese libro espera poder generar una segunda etapa, pero actualmente se dedica a la escritura de cuentos, más destinados a adultos, con una ficción que tiene datos de su propia realidad.
Un poco de esto se puede escuchar en su programa de radio semanal “No se culpe a nadie” en la radio comunitaria 94.9 La Minga, donde los temas son variados los sábados de 9 a 10, siendo una experiencia novedosa pero creciente. 
Se denomina como “un ciudadano interesado por los asuntos políticos”, no por lo partidario, ya que trabajó en la Comisión Vecinal del Barrio Villa Dominga junto con Manuel Aguilar, con el que hizo gestiones ante el intendente Virgilio Cordero para que la Sociedad Rural abriera las calles Pueyrredón y Ciudad de Esperanza para que el barrio se pudiera integrar más y mejor al resto de la ciudad. Pasó cinco meses en 1983 por la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Rafaela, durante la gestión de Rodolfo Muriel.
A los 62 años, dice que ya no hace nada por obligación, ya no dice nada que no quiera, por lo que basa en la opción constante su manera de proceder, con tono tranquilo e ideas concretas.

ORGULLO
“Que el Instituto Superior del Profesorado tenga edificio propio, que va a ser maravilloso cuando se cierre toda la construcción, nos pone contentos a todos. Creo que es algo que pasa en la ciudad, porque es su lugar, el techo propio”. Con orgullo de tener definitivamente su espacio “proyecta su esencia como ser un centro formador de formadores”, sin interferencias de dictado, con tres turnos que aún precisan más personal, pero en un ámbito pensado para su función y que seguramente a fin de año terminará toda la estructura para que las más de 600 personas que hoy allí cursan 14 carreras, puedan aprovechar esta oportunidad de la educación superior.

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