La Asamblea del año XIII

La Asamblea del año XIII

Crónicas de la historia


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La Asamblea del año XIII se declaró soberana, desapareció el nombre de Fernando VII, se suprimieron los títulos nobiliarios; el mayorazgo y la Inquisición fueron disueltos; la nueva y gloriosa Nación dispuso de un himno nacional propio, un escudo, una escarapela y una fecha para celebrar su nacimiento: el 25 de mayo de 1810. Foto: Archivo El Litoral

 

Rogelio Alaniz

Se propuso dos grandes objetivos. Declarar la independencia y sancionar una Constitución. No pudo hacerlo o no la dejaron, lo cual es más o menos lo mismo. Paradojas de la historia: la asamblea convocada por lo que podríamos, con alguna licencia del lenguaje, calificar como la izquierda de la revolución, no pudo declarar la independencia que si lo hizo un organismo conservador como fue el que convocó al Congreso de Tucumán de 1816. Paradojas que dejan algunas enseñanzas respecto de las condiciones que hacen propicias las decisiones trascendentes.

Si la independencia se declaró en Tucumán, la Constitución Nacional se sancionó en Santa Fe cuarenta años después. Las cuatro décadas de diferencia dan cuenta del camino sinuoso y escarpado que era necesario recorrer para arribar a algo parecido a una Constitución. Sin embargo, en 1813 se presentaron por lo menos tres proyectos constitucionales. No fueron aprobados y algunos ni siquiera fueron tratados, pero su presentación dio cuenta del clima político e intelectual existente a tres años de la Revolución de Mayo.

La pregunta histórica a hacerse, en este caso, es por qué los objetivos propuestos no se pudieron realizar, aunque el primero, la independencia, se concretó pocos años después, pero en un contexto histórico muy diferente al de 1813. Respecto de los límites y vicios de la Asamblea, los historiadores han escrito mucho, y las diferencias han sido motivo de discordias intelectuales y políticas que se han prolongado a lo largo del todo el siglo veinte.

El revisionismo en sus diferentes variantes, no le perdona a la Asamblea haber rechazado las instrucciones de los diputados de la Banda Oriental. Respecto del conjunto de decisiones relacionadas con las libertades, los derechos, las garantías y la creación de símbolos patrios, hay acuerdos en admitirlos como positivos, aunque para algunos esas proclamas democráticas y republicanas no fueron más allá de la retórica de la época y no dijeron nada nuevo acerca de lo que ya se conocía.

En la actualidad los estudios históricos han arribado a conclusiones más consistentes y menos teñidas por la ideología o los intereses políticos contemporáneos. A la Asamblea del año XIII hay que entenderla, en principio, como una iniciativa política llevada a cabo en un contexto histórico caracterizado por los acelerados cambios que se estaban dando en el orden interno e internacional.

La asamblea inicia sus sesiones con los mejores auspicios a fines de enero de 1813, y se disuelve, sin pena ni gloria, luego de la caída de Alvear a mediados de 1815. A las pocas semanas de constituirse, los ejércitos patrios obtienen victorias militares en San Lorenzo y Salta. La Logia Lautaro y la Sociedad Patriótica están en la plenitud de su actividad política y disponen de militares, sacerdotes e intelectuales capacitados para asumir las responsabilidades de una etapa de transformaciones. Los hombres que se destacan en esas jornadas se llaman José de San Martín, Bernardo de Monteagudo, Francisco Planes, Juan José Paso y el propio Carlos María de Alvear, todos identificados con la causa de la revolución y decididos, con más o menos entusiasmo, con más o menos prudencia, con más o menos coraje, a declarar la independencia y constituir una nueva nación.

Para esa fecha la luz de Napoleón ha empezado a declinar, pero nadie supone que esa declinación será total. En España continúa la resistencia a la ocupación francesa, pero los españoles están convencidos de que el nuevo marco legal que regirá su vida política será el impuesto por la Constitución aprobada en 1812, la célebre “Pepa”. En Buenos Aires, Madrid o París, las ideas y mitos dominantes siguen siendo los de la Revolución Francesa. En todas estas ciudades se sigue hablando en contra de los tiranos y los déspotas, se invocan los principios de libertad, igualdad y fraternidad, y hay un amplio consenso en admitir que los procesos que están ocurriendo en América marchan por el camino de la libertad y el progreso.

Pocos meses después el escenario internacional cambia abruptamente. La estrella de Napoleón empezará a apagarse; España se liberará de la ocupación francesa, pero el poder caerá en manos un Fernando VII que se revelará como un monarca absolutista y despótico. Y en ese marco el destino de las revoluciones americanas se complicará de manera inquietante.

Por lo tanto, una explicación válida para entrever el por qué del “fracaso” de la Asamblea, gira alrededor del cambio del escenario internacional. Digamos que la Asamblea se constituye para cumplir con objetivos que para fines de 1813 ya no son válidos, motivo por el cual a partir de 1814 se empezará hablar de los beneficios de una monarquía, y a pesar de que en 1813 el nombre de Fernando VII está ausente en los juramentos y documentos patrios, para el año siguiente una vez más la bandera española flameará en el Fuerte.

¿Por qué? Sencillamente porque como dice una copla española, la tortilla, se dio vuelta. Si antes había que combatir ahora hay que negociar y, si es necesario, pedir disculpas. Por lo menos eso es lo que piensan algunos dirigentes que un año atrás se comían a los chicos crudos con sus proclamas revolucionarias. El miedo, la inseguridad, las debilidades ideológicas y políticas, los compromisos e intereses y la certeza de que la hora de las revoluciones ha pasado, han corrido el péndulo hacia posiciones más conservadoras.

La Francia napoleónica ha caído, Inglaterra fortalece su alianza con España, y Roma y Viena se preparan para forjar la Santa Alianza. En Europa, el humor político está cambiando aceleradamente y los jóvenes idealistas americanos se están transformando a los ojos de los monarcas y jefes de Estado en usurpadores y delincuentes que como tales merecen ser tratados.

Para esa época se envían misiones diplomáticas a Europa destinadas a recomponer las alianzas, incluso con Fernando VII. La Santa Alianza aún no se ha constituido, pero las ideas de la restauración ya están instaladas. Las desgracias en estos casos nunca vienen solas. Los experimentos revolucionarios de América empiezan a ser derrotados y en el Río de la Plata se incentivan las diferencias internas, las luchas adquieren un marcado carácter faccioso y entre octubre y noviembre de 1813 Belgrano es derrotado en Vilcapugio y Ayohuma, lo que significará perder para siempre el Alto Perú.

En el otro frente abierto, el de la Banda Oriental, los problemas se multiplican. La disidencia artiguista se extiende a las provincias del litoral y amenaza con llegar a Córdoba y Tucumán. Sólo una noticia es estimulante en ese período: los españoles pierden la plaza de Montevideo. Buenos Aires realiza un gran esfuerzo para conquistar la ciudad oriental. Los honores del emprendimiento le pertenecen históricamente al almirante Guillermo Brown, aunque será Alvear quien se llevará los laureles de la victoria. Dicho sea de paso, la caída de Montevideo en manos de los patriotas fue uno de los acontecimientos claves de la historia nacional, al punto que para algunos historiadores esa victoria definió la suerte de la revolución, ya que el control del puerto por parte de los patriotas obligó a los españoles a orientar hacia Venezuela la invasión originalmente planificada para el Río de la Plata.

Efectivamente, la Asamblea del año XIII no pudo cumplir con sus objetivos centrales. Y a partir de 1814 los cambios políticos impactaron en su seno y por un motivo o por otro se perdió el rumbo. Sin embargo, los ideales más nobles de esa revolución que avanzaba a tientas se jugaron en ese periodo. Los ideales más nobles protagonizados por los patriotas más representativos del fervor revolucionario.

La Asamblea se declaró soberana, desapareció el nombre de Fernando VII, se suprimieron los títulos nobiliarios; el mayorazgo y la Inquisición fueron disueltos; la nueva y gloriosa Nación dispuso de un himno nacional propio, un escudo, una escarapela y una fecha para celebrar su acta de nacimiento: el 25 de mayo de 1810. No se liberaron a los esclavos, pero se prohibió la trata de negros y se declaró la libertad de vientres. A los indios se le reconocieron derechos, se prohibió la tortura y los instrumentos de apremios ilegales fueron quemados en la plaza pública. Los debates ideológicos y políticos estuvieron a la orden del día. La palabra “ciudadano” es la que se usa para designar al interlocutor. Los símbolos y ritos pertenecen a la tradición de la Revolución Francesa. También las instituciones: directorio, triunvirato, asamblea. No se declaró la independencia, claro está, pero lo que se hizo se parecía bastante a ella. No se sancionó una constitución, pero los principales derechos y garantías y las instituciones claves de un orden democrático y republicano allí se formalizaron por primera vez. Claro que hubo debilidades y errores, pero sería necio y torpe desconocer los aciertos. (Continuará)

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