«Me cache en dié» o sobre la «vulgaridad permitida»

«Me cache en dié» o sobre la «vulgaridad permitida»

Por Estanislao Antelo / Una mirada sobre el filme que analiza la educación y se estrenó hace poco tiempo en la Argentina


Sábado, 20 de octubre de 201201:00

Dibujo: Chachi Verona.

Por Estanislao Antelo, Pedagogo (*)

No debe existir en ninguna otra parte del universo un terreno tan generoso como el educativo. Hospitalario, amable, abierto las 24 horas, el planeta comeniano no vacila en recibir visitantes provenientes de mundos tan distintos como resultan ser los de la religión, el deporte, la meditación, la filosofía, el periodismo, el entretenimiento, el psicoanálisis y la autoayuda. Todos estamos autorizados a hablar de educación, así como de política, amor o fútbol.

Por otra parte, no deja de ser curioso constatar el modo en que muchos de los más perspicaces ejemplares del pensamiento occidental también han cedido a la tentación de poner a circular sus teorías pedagógicas. Por ejemplo —para nuestra dicha— Kant, Rousseau, Durkheim y Freud. Vaya a saber uno de dónde proviene esa necesidad de querer ser un poco pedagogos cuando la vida se angosta.

Como es sabido, todo indica que para hablar de educación no se precisa demasiada erudición. Basta un tono de voz, una afectación, un aire de importancia o el recuerdo de algún valor perdido. La operatoria es fácil de identificar: quien se dispone a parlotear sobre educación comienza describiendo un mundo en crisis, unas instituciones perimidas, una autoridad errática, unos padres ausentes, una decadencia múltiple, una tragedia inminente y un tratamiento urgente.

Ese parece ser el caso del interminable video denominado «La educación prohibida» («estreno mundial», como así se anuncia), cuyo título no deja de resultarme hermético o baladí, o ambas cosas a las vez, aunque no estoy seguro.

Hipótesis. ¿Qué sucede ahí? Mi hipótesis fundamental es que se trata de un catálogo de lugares comunes diseñado por un conjunto de pedólogos ignorantes y oportunistas. En síntesis, lo que habremos de ver, en el que sin duda es el bodrio más importante que me ha tocado ver en los últimos años, es inaudito. No porque esté mal —podría estar peor— , sino porque es una catarata de banalidades de dimensiones considerables.

Para ir directo al asunto, paso a resumir lo que allí se cocina:

a- Lo primero que uno encuentra es un tipo de facinerosa fascinación por los niños. El llamado documental repite la palabra niño doscientas mil veces. Los niños son buenos, rebeldes, genios, creativos, curiosos, observadores, preguntones y capaces de absorber por sí mismos la totalidad de lo existente. Todos son soñadores, pichones de Mozart, víctimas de los profesores que deberían hacer cosquillas antes que enseñar cosas; habría que revolcarse antes que dar clase, dice uno de los sabios pedólogos.

b- Los adultos son de entrada unos amargos, malos e innecesarios, pero los adultos más malos y más innecesarios son los maestros. ¿Por qué? Básicamente, porque son tradicionales, aburridos y aman la repetición. No saben ni motivar, ni interesar, ni despertar y además meten miedo y frustran, frustran todo los adultos…A lo sumo, un maestro es un facilitador, un señor que te permite expresar lo que hay en ti, un intermediario, un guía, un acompañante. Nunca es el protagonista. Más aún, debe renunciar a la intención de enseñar y seguir sus propios instintos.

c- Esa renuncia se justifica en tanto el niño se construye a sí mismo y no precisa un maestro externo: tiene un maestro interior que lo impulsa. No precisa intervenciones ajenas. Se autorrealiza. En el mejor de los casos, el niño es un arrollado que tiene necesidades que hay que desarrollar.

d- Todo este dislate que, resumo, se justifica haciendo referencia a «estudios», estudios de todo tipo. Los estudios de todo tipo combinan la neurociencia con el release y el arroz con leche. Un señor científico dice en un momento que después de cuatro años los conocimientos se desactualizan (juro que no estoy inventando). Otro señor científico dice que lo que más le gusta al cerebro humano es conocer, y otro sabio comparte con nosotros un descubrimiento inédito: jugando se aprende. Ah, además deambulan por el documental neuropedagogos, logosófogos.

e- El vocabulario de los pedólogos incluye los términos potencialidad, creatividad, motivación, disfrute, juego, diversidad, autoconocimiento, participación, cambio, sentarse en ronda, amor y caramelos Stani.

f- Para los científicos emocionados que aparecen en el estreno mundial la escuela es una porquería. Afirman que no les hace para nada bien a los niños. No, no, no. Les hace mal. La escuela los acalla. Lo que sucede es que les exigimos mucho y los niños se estresan en lugar de disfrutar del aprendizaje. Además, la escuela es conductista y su director es Lucifer. Un niñólogo dice que hay que desescolarizar la escuela. Otro, dice que el amor está en la célula.

g- Al fin aparece la disyuntiva: ¿aprender conocimientos o desarrollar capacidades humanas? La respuesta es el desarrollo. La consigna es desarrolle, desarrolle. Lo que gobierna la acción es la emoción. Nada de andar por ahí transmitiendo conocimientos. No somos seres racionales. Al final, aparece un joven que llora, aunque no se sabe bien por qué llora. Parece que llora porque la educación no cambia. Alguien dice que lo mejor es dedicar su vida al aprendizaje. ¿A qué se dedica Ud.? Al aprendizaje. Por suerte, al final, Gastón Pauls pide que lo ayudemos.

Fiasco interminable. Aún extenuado por el eterno documentalito intenté leer unas pocas críticas. Algunos dicen que es un ataque a la escuela pública y que es un entretenimiento para chicos ricos. Otros afirman que el documental no usa lo suficiente las palabras «neoliberal» y «contexto», y que no aparecen los niños pobres. Varios más recuerdan las limitaciones del espontaneísmo pedagógico. Al fin, ciertos críticos inspeccionan los negocios suculentos de los entrevistados. Hay de todo en la viña de Comenio. Mi punto de vista es el siguiente: además de confundir olímpicamente educación y escuela, el documental es un fiasco interminable.

Por último, los más jóvenes se preguntarán por qué este breve texto se llama «Me cache en dié». Si no lo saben, jódanse. La respuesta debe estar en alguno de sus propios maestros interiores. O pregúntele al profesor Pauls.

(*) Del blog del autor «Padre del aula, Sarmiento mortal» www.estanislaoantelo.com.ar Antelo es máster en educación (Uner) y doctor en Humanidades y Artes (UNR).


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